El pasado lunes por la madrugada falleció en Buenos Aires un pibe de 27 años. Fue a una fiesta con sus amigos. Fue, pero no volvió. Todos los medios repiten lo mismo, con muy poco tacto y casi ningún respeto: fiesta electrónica, pastilla “Moncler verde”,mezcla, infarto.
Escribo esto con una angustia que me sale de las tripas. No vivo en esa ciudad, no fui a esa fiesta, no conocía a esa persona, pero sí a muchos como él. No puedo dejar de pensar: ¿cuántas vidas más tenemos que lamentar para que nos tomemos el tema en serio?
Las personas usamos sustancias para alterar nuestra percepción del espacio/tiempo desde el inicio de la humanidad. De hecho, no somos la única especie que lo hace; los gorilas del Congo comen una raíz alucinógena, los lemures se frotan con un gusano que larga una toxina que los deja bien chill y los elefantes ingieren amarula del piso porque los emborracha. Podría seguir enumerando ejemplos, como el diputado que toma merca para ir a sesionar o tu vieja no se duerme sin clona, pero creo que se entiende a lo que voy.
La relación entre los seres vivos y las sustancias psicoactivas está atravesada por numerosos factores que la determinan. Aún así, estamos en condiciones de asegurar -sobre todo a esta altura del partido- que la prohibición está muy lejos de ser la respuesta integral que necesitamos simplemente porque propone dos salidas: el encierro o la muerte.
La discusión parece que no se mueve y necesitamos que se eleve. La gente usó, usa y usará sustancias, ¿qué hacemos con esa realidad? La reducción de daños ya planteó una respuesta y funciona: información.
No sólo necesitamos educación sobre los riesgos y efectos de consumir una sustancia, con qué sí y con qué no se puede mezclar y cómo disminuir los efectos no deseados de ese consumo. Necesitamos saber qué estamos consumiendo.
Mientras tanto, los que somos del palo tejemos redes para no morir dentro de un sistema al que no le importamos. Posteamos reseñas de drogas en blogs para avisar cuando hay un buen lote dando vueltas (uno que no te mate, por ejemplo), y largamos alertas cuando detectamos sustancias adulteradas que ponen en juego la vida de los usuarios.
A la vez, distintas organizaciones civiles articulan en territorio acciones para reducir daños, distribuyendo data de calidad e incluso testeando sustancias a pesar de que los reactivos sean ilegales en Argentina. Nos cuidamos como podemos, entre nosotros.
La derogación de la ley de estupefacientes 27.737 es urgente. Necesitamos políticas públicas a la altura de esta problemática, que respeten la Ley de Salud Mental, los derechos humanos y la libertad. Hasta entonces, el Estado es responsable de las vidas que se cobró y seguirá cobrando este sistema nefasto, caduco y obsoleto llamado prohibicionismo.